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lunes, 18 de julio de 2011

DIARIO DE UNA PROSTITUTA


Les quiero mostrar una carta que encontré de casualidad; vino a mí sin previo aviso, como de la nada, aunque no era una carta como tal, en realidad era una hoja arrancada de algún cuaderno o agenda. La leí muchas veces y sin quererlo memoricé algunas frases, a la primera vista pueden parecer simples palabras, pero tras ellas se perciben miles de sentimientos:
Sandalias escarlata, piernas tonificadas y descubiertas, una minifalda en cuero ajustada a  mi enorme trasero (no llevo ropa interior) luego viene mi ombligo, ese ojo ciego que lo ve todo y no ve nada, testigo empedernido de esas noches de lujuria, pecado, delirio y dolor , llevó una ombliguera dorada que cubre mis pequeños y duros senos, “las tetas” mis silentes compañeras de los días y noches de soledad y tortuosa compañía, compañía que me dabas a cambio de dejarte  derramar en mi vientre  (caverna solitaria donde nunca engendre tus hijos)… y te fuiste… dejándome con este papel, con esta pinta nocturna, con el alma hecha pedazos, con el corazón arrugado, con las esperanzas guardadas…
Salgo así, desfilo por las calles llenas de mierda y basura, los vendedores, los recicladores y los transeúntes me miran, es que aun tengo belleza. Atravieso el umbral antiguo y grande que me lleva a esa oscuridad melancólica y apacible que brinda la iglesia, me siento en la penúltima silla, y pienso en que tengo hambre de tu carne, miedo de tu carne y asco de tu carne, ¡perdón! Sé que no debo pensar eso. 
Ahora traigo a mi mente los problemas,  deseo que algún santo se apiade y me dé solución. Deuda: la pieza, la comida, los favores; tus engaños; frío, hambre y sed; tus recuerdos, enfermedades… Pienso en que no tengo un peso en el bolsillo, pero sí tengo más de un peso en el alma. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… ¿Cuantos borrachos fueron anoche? Muchos, ¿Cuánto dinero tengo ahora? Poco… Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Me pongo en pie, y erguida como siempre salgo a la calle, una beata que vende escapularios y catecismos cubierta de lana desde sus pies hasta su arrugado cuello me examina con sus escandalizados ojos, me revisa toda y sus gestos dice que soy una infame  desvergonzada; transfigura  la cara, se refriega los ojos, no me quita su afilada mirada, ¡maldita vieja! De mi boca carnosa pintada de rosa, impregnada por el  rastro vivo del pecado, salen estas palabras en voz alta: Las putas también creemos en Dios, ¿y qué?
                                                                                      Elena.
Eternamente tuya.                               
Encontré ese papel viejo y sucio con esas palabras de una vieja “sucia” en el pequeñito y oxidado mueble del baño de la habitación de un hotel del centro, llegue allá por casualidad, huía de mi trabajo, del hogar, de mis amigos, de mis alumnos, de las apariencias. Podría haber pagado un gran hotel, un viaje a las afueras de la ciudad, pero además de un exilio espiritual deseaba uno físico, sin lujos ni extravagancias, y me encontré con este lugar, y una gélida mañana en el baño hallé ese escrito, con una caligrafía muy bella aunque un poco infantil, al leerlo me estremecí, me observe en el sucio espejo y me sentí ajeno a una realidad que siempre ha estado ahí, presente únicamente en noticieros, en libros o en películas (para mi), pero nunca tan cerca como la sentí leyendo las palabras de esa mujer... ¿Pero quién era ella?
Supongo que antes que yo llegara ella había estado allí, lo escribió y por alguna razón que no logro concebir, lo arrancó de su diario y lo dejo dobladito al lado de un viejo jabón que tenía enredados unos cabellos largos y rojos, imagino que son de ella, la imagino con sus cabellos rojos y sus senos pequeños, sus ojos tristes, su cuerpo usado…por sus palabras la imagino inteligente, hermosa pero poco elegante, borracha y patética, llorona, su voz dulce y su aliento impregnado de cigarrillo y alcohol.
He soñado con ella todas estas noches y siento tristeza al imaginar que no sea real, que solo sea parte de la ficción causada por  un viejo escritor que al igual que yo, quiso hospedarse aquí. Podría saberlo preguntándole a la regordeta de la dueña, ella me diría que persona alquilo la pieza antes que yo y hasta por unos pesos me diría donde encontrarla, pero prefiero no preguntar.
Prefiero seguir pensando que en algún lugar de esta estremecedora ciudad se encuentra Elena: perversa y sensual, esperando respuesta a su carta, esa que dejo adrede en el baño de un cuartucho barato, que escribió para su amado, sabiendo que pronto llegaría a sus manos, ese es su medio de comunicación, el sabe dónde encontrar la correspondencia y donde dejar respuesta, ella escribe y él lee, ella espera y el ignora. Por eso cuando me vaya, dejare el papel en el mismo lugar donde lo encontré, tal vez mañana llegue alguien a buscarlo, o tal vez simplemente alguien lo encuentre y lo tire a la basura. No sé. Ahora estoy cansado y quiero regresar a casa.

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